EL INTERVENCIONISMO DEL ESTADO
Una de las diferencias sustanciales que existen entre la cultura político-social "anglosajona" y la cultura político-social "continental" estriba en el papel que se atribuye en cada una de ellas al Estado y, más concretamente, a su Administración. Así, mientras en los sistemas anglosajones: EE.UU. y U.K, principalmente, el papel de los poderes públicos (a través de sus diferentes actores) es bastante moderado; en el caso de los sistemas continentales: con Francia, a la cabeza, el papel del Estado es bastante intenso, manifestándose en una amplia acción de "procura existencial" hacia los ciudadanos, dando lugar a lo que se ha venido a calificar como "Estado del Bienestar".
Actualmente, la comparativa de las tasas de crecimiento de ambos tipos de modelos beneficia claramente a los sistemas "anglosajones", que se basan en un sistema económico caracterizado por una mayor liberalización, desregulación y autonomía de sus agentes económicos principales (especialmente, los de carácter regulatorio y las denominadas Agencias Independientes). Estos factores, aunque se encuentran presentes en muchos países "continentales" gracias al fenómeno de la integración europea, no son tan intensos en estos países en tanto en cuenta su tradición económica está más basada en el protagonismo económico del sector público y, por tanto, con una economía fuertemente intervenida especialmente en aquellos sectores estratégicos (electricidad, telefonía, etc.).
Pues bien, no se trata ahora de contraponer un sistema frente a otro, pues ambos representan modelos que han demostrado su eficacia en el pasado, sino de contraponer sus "efectos colaterales" a la luz de su impacto en la libertad de los ciudadanos. En ese sentido, podemos decir que los sistemas altamente intervencionistas tienden a fomentar la constitución de unas "élites" políticas fuertemente burocratizadas, que, lejos de estimular la libertad e iniciativa de los ciudadanos con el fin de que exista una sociedad civil fuerte, lo que hacen es fomentar una cultura de la subvención y de la dependencia pública de los actores económicos y sociales, con todas las disfunciones que se derivan de ello: clientelismo político, falta de iniciativa social, dilación de las reformas liberalizadoras y una cierta tendencia a intervenir en los mecanismos de formación del individuo (la educación y los medios de comunicación); todo ello, con el objetivo de incrementar el poder de estas "élites" políticas, cuya actuación real tiene poco que ver con la función para la cual han sido elegidas.
Por eso, la sociedad civil tiene que ser consciente del valor de la libertad como contrapunto de la acción de los poderes públicos. Una sociedad que vela para que el Estado no intervenga excesivamente en sus asuntos es una sociedad más próspera y libre, porque no sólo estimula a sus integrantes a que den lo mejor de sí sino también porque resulta menos manipulable. La acción del Estado es buena, pero siempre en sus justos términos, ni más ni menos, eso es lo que se ha venido a denominar principio de subsidiariedad.